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4.1.09

Que bajo mi rama tendrás abrigo ...



Contamíname,
pero no con el humo
que asfixia el aire
ven, pero sí con tus ojos
y con tus bailes
ven, pero no con la rabia
en los malos sueños
ven, pero sí con los labios
que anuncian besos.
Pedro Guerra, Contamíname




Era un exiliado de la vida, un ermitaño a cuenta y riesgo, un aristócrata en decadencia, una multitud de cabellos canos, un resumen de arrugas en la frente, una especie en extinción reacia a seguir la teoría de la evolución y dejar en el olvido su Remington de mil batallas.

Un día, mientras malescribía para un diario, sobre el calentamiento global o algo parecido, un extraño cantar, que provenía de los extramuros de su mazmorra mesocrática, le hizo levantarse de su escritorio y asomar por una ventana clausurada manu militari tiempo atrás, cuando decidió aislarse del mundo, un día inmediatamente después de agotada su fé en la humanidad.

El cantar foráneo provenía de las cuerdas vocales de una muchacha de piel canela, cabellera gris, rostro gitano, grácil figura ataviada sólo por un vestido blanco y sandalias de cestería, que apenas la separaban de las aceras tibias por los rayos del sol.

El viejo salío de su ermita, bajó las escaleras apolilladas, abrió el portón de la casona barranquina y se acercó a la bella morisca, en un inicio con la firme convicción de recriminarle la invasión - sonora, mundana - a su intimidad, con esos cánticos de allende los mares que contaban historias de amantes, fertilidad y utopías. Mas, cuando la tuvo en frente, ella lo tomó de las manos, le sonrío al verle tatuado el signo de Caín en la frente, le miró a los ojos, se paro en puntas de pié, acercóse a sus labios y le exhaló con su aliento un soplo de vida, renovando en el anciano su corazón y sus mieses.

Pedro Guerra- Contamíname