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8.12.08

Dicen que ahora viven en tu mirada



Están en algún sitio / nube o tumba

están en algún sitio / estoy seguro
(Mario Benedetti - Desaparecidos)


No son sólo memoria,
son vida abierta,
continua y ancha;
son camino que empieza.
(Maia/Viglietti - Otra voz canta)







Caminaban en silencio por el Parque de la Memoria, en el centro de la ciudad gris, entre miles de cantos rodados. Cada piedra lavada simbolizaba una vida inocente, perdida en medio de la barbarie imperante en la espalda del mundo que fué esa tierra, décadas atrás.

Llegaron hasta un monolito, que simulaba un ojo llorar, con una misión: hace unas semanas, manos movidas por el mismo odio culpable de tantos lutos, habían manchado con pintura sangre sus formas; pero no importaba: allí estaban los jóvenes de hoy, rabiosos pero serenos, con paños húmedos, para limpiar la ignominia una vez más.

El más joven de ellos se sentó en una piedra blanca sobre una piedra negra, sacó una hoja de papel japón, escribió un mensaje urgente, para los futuros visitantes, en son de paz o de guerra:
Si extrañas mi latido, su palpitar está entre ríos.
Si quieres saber qué fué del fulgor de mis ojos, indaga por Villa Grimaldi.
Si interrogas que se fizo mi voz viva; ella susurra bajito, en Garage Olimpo.
Si intentas hallar el paradero de mi alma; está llorando, posada en el muro de la memoria
Si añoras el brillo de mis uñas; están en Putis, exhumando la verdad.

Finalmente, Si preguntas por mi humanidad entera, te responderé:
Se halla en el centro de ese talado bosque clandestino de huesos humanos que es la América toda, mi patria.
Para cuando cayó la tarde, mientras ellos se marchaban en silencio a sus moradas, los nombres grabados en esas piedras se habían cincelado yá, en su memorias.


Mario Benedetti & Daniel Viglietti - Otra voz canta/Desaparecidos

4.2.08

En la ciudad, en tiempo del desorden

Yo viví en la ciudad en tiempo del desorden,
viví en medio de mi gente en tiempos de rebelión.

Así pasé los años que me tocó vivir.
(Yo vivo en un tiempo de guerra, Brecht - Guarnieri - Lobo)


Era la ciudad un inmenso polvorín a punto de estallar, en pedazos; por la furia de cientos de coche-bomba que iluminaban esas noches de penumbra, entre gritos, llanto, balas y tendones desparramados en la acera. Aún se puede otear, con solo cerrar los ojos, ese aroma a pólvora y dinamita, escuchar de nuevo la sirena de patrulleros, ambulancias, las ráfagas de metralla disparadas a ciegas, solo iluminadas por la hoz y el martillo formándose en los cerros.

Era la ciudad la encarnación del caos, sepultada de basura acumulada en las calles, villas miserias, vetustos omnibuses, pájaros fruteros, pandillas, billetes multicolores que valían poco menos que la vida de cualquier ciudadano de a pie, el que podía ser desaparecido por no portar documentos o terminar con las entrañas de dinamita por salir a trabajar en paro armado.


Era una ciudad sitiada por el terror, habitada por una masa de desconcertadas gentes con el instinto de supervivencia desarrollado a golpe rechinar de dientes, crujir de huesos, vivir a salto de mata, sabiendo que la muerte esperaba en cualquier esquina en la forma de un uniforme, o de un enemigo invisible. Esa masa tuvo que comprender que se vivía en un tiempo de guerra, que había que sobrevivir, porque lo mismo daba si el fuego se llamaba amigo o enemigo, si era del gobierno o de la insurgencia: ellos jamás preguntaban a la hora de tomar una vida por asalto.


Han pasado 20 años, y los sobrevivientes de esa época del caos suelen reunirse en esa ciudad levantada sobre los escombros de la anterior, recordando esos días en que sus ojos dejaron de ser niños, preguntándose donde están esos miles de ciudadanos ahora convertidos en números, o en el mejor de los casos, en cantos rodados con sus nombres grabados, en un simbólico y estéril intento de rescatar la memoria del olvido. Quizá no tengan en claro muchas cosas, quizá tengan más interrogantes que respuestas, pero tienen conciencia que éstos aún son tiempos de guerra.


Yo vivo en un tiempo de guerra - Daniel Viglietti & Gesi

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3.1.08

Yo pregunto a los presentes ...


Yo pregunto a los presentes

si no se han puesto a pensar

que esta tierra es de nosotros

y no del que tenga más.

Daniel Viglietti, A desalambrar




4:30

Estoy a la mitad de mi ascenso, en un hiato entre la tierra y el cielo, me siento a beber agua, y leo las últimas páginas de la novela; como lo presentí, la Guardia Civil y los militares tienen la firme convicción de propiciar velorios masivos esa noche en Rancas, en nombre de la ley y el orden. Era el dos de mayo de 1960 y el gobierno "democrático" del Dr. Manuel Prado y Ugarteche con la venia del diario La Prensa, ha avalado esa acción, llamando a los comuneros de Rancas "invasores de la propiedad privada".

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_Hay orden de desalojo.
Ustedes han invadido propiedad ajena.Tenemos orden de desalojarlos. ¡Se van! ¡Ahora mismos se van!

_Nosotros no podemos desalojar esta tierra, mi alférez. Nosotros somos de aquí. Nosotros no hemos invadido nada. Otros nos invaden.

_Tienen diez minutos para desalojar.

El uniforme se volvió a la línea grisácea.

_Es la "Cerro de Pasco" quien invade, mi alférez. Los gringos nos cercan y nos persiguen como a ratas. La tierra no es ellos, la tierra es de Dios. Yo se bien la historia de "La Cerro" ¿O acaso los americanos trajeron a tierra al hombro?

_Faltan nueve minutos."
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Me detengo en mi lectura, la mosca azul que me sigue desde el ascenso final, no me ha abandonado. La observo y se pierde en el horizonte, ancho y ajeno, de nuevo oteo la sangre derramada por generaciones de hermanos anónimos. Cierro los ojos y me imagino a los comuneros de Rancas, recuperando sus tierras, enfrentados al fusil, sin miedo a la muerte. Imagino un fondo musical preciso, como esa canción que Daniel Viglietti le cantara al pueblo Sandinista, en ese mítico concierto, allá en abril y en Managua: "¡A desalambrar!".

Continúo con mi lectura, y siento impotencia ante lo que leo: se ha desatado la masacre contra comuneros desarmados: uno a uno los personajes que había aprendido a amar en las 200 páginas anteriores, caen ante las balas y los bayonetazos de los militares y guardias civiles:

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_Faltan dos minutos.

La gente fugaba sucia de alaridos.El incendio crecía. Una lágrima surcó el pómulo de cobre.

_Nos consideran bestias. Ni nos hablan.Si nos quejamos, no nos ven; si protestamos ... Yo me quejé al Prefecto. Yo llevé los carneros, mi alférez. ¿Qué dijo?

El alférez sacó lentamente su revólver.

_Ya no falta nada _ dijo y disparó.

Una universal debilidad destituyó a la rabia. Fortunato sintió que el cielo se desfondaba. Para defenderse de las nubes alzó los brazos. Se abrío la tierra. intentó agarrarse de las hierbas, de la orilla de la vertiginosa oscuridad, pero sus dedos no obedecieron y rodó, rebotando, hasta el fondo de la tierra".
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La novela concluye, los nuevos muertos se re-encuentran en el flamante cementerio : son Don Fortunato, el primero en caer; Don Alfonso, que fué despedazado junto a su bandera y con el himno nacional en sus cuerdas vocales; también Doña Tufina, quién vomitó su vida a las 5 de la tarde, con las vísceras abiertas por metralla. También Maximino, Vicentina ... de pronto, callan:

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_Shht -avisó Tufina - Allí vienen otros.

_¿Quienes serán?

_¿Serán ranqueños?

_¡Sabe Dios!, suspiró Fortunato."
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Sus cuerpos yacen inertes, pero pueden reflexionar, con la sabiduría que dá el morirse, sobre su suerte echada. Esa batalla perdida contra el cerco de la Cerro de Pasco Co. que se engullía a sus cerros, sus pastos, sus animales, sus pueblos ... engullía sus vidas.

Interrumpo mi lectura porque esta mosca azul no me deja. Oigo su zumbido: algo me quizo decir, pero me habla en quechua y yo no puedo entender ... ¿serás tú, Fortunato?. Mi libreta se mancha con gotas de lluvia, pero miro al cielo azul y está despejado ... pruebo de esas gotas y me saben saladas ... entonces me doy cuenta que Anibal tenía razón. Escucho voces que me llaman, tengo que culminar mi ascenso, econtrarme con mis amigos y los waris, los antiguos.


Daniel Viglietti, A desalambrar