Hoy me vino la gana

Y es que no importa que digan que está trillado
hablar de amor que maldigan si no han probado
la noche en sus brazos de sol.
Alejandro Filio - Brazos de sol

Ya se había acostumbrado a escribir historias en la tierra; enfundado en ropajes que lo hacían mimetizarse con los muros de barro enlucido, y mirar desde esa piramide los edificios de acero y cristal, que se engulleron las viejas casonas miraflorinas de la alta burguesía.

A lo lejos podía observar ese mar de dioses prehispánicos, con terreno perdido por el ímpetu urbano, dormitando una siesta de mediodía. Ese mar, mudo testigo del paso del tiempo, era el secreto compañero de su mirar extraviado, buscando en el horizonte alguna isla perdida.

Un día, dejó de fisgonear en el horizonte, para detenerse en una recien llegada visitante: absorto se percató como su cabello brillaba, confundiéndose con la luz del sol del mediodía. Durante un minuto, él sintió el mundo detenerse en lentas tomas de cámara lenta, sin audio, como suspendido en el tiempo y espacio.

Pudo reparar además, en las pecas que adornaban su nariz pequeña, en su mirada despierta, y en sus labios, que en un futuro, serían el lugar de su perdición: una vez más, los dados cargados eran lanzados, en busca de esa extraña suerte.

La muchacha no regresó. Él no pudo dejar de imaginarla a su lado, contemplando el horizonte desde esa huaca que dominaba la urbe, como relicto de un tiempo que se resiste a marchar. Ese encuentro imaginario era su breve espacio, su felicidad inconclusa.

- ¿ Soñando despierto?
- ...
- ¿Soñando despierto?
- ¿Perdón?
- ¿Se encuentra bien?
- Sí, solo es que ... ¿viniste aquí hace una semana, verdad?

De pronto, sus sueños dejaron de ser etéreos.

Alejandro Filio - Brazos de sol